lunes, 18 de julio de 2011
Siervas en el sentido de la palabra
"Que tenga testimonio de buenas obras; si ha criado hijos; si ha practicado la hospitalidad; si ha lavado los pies de los santos; si ha socorrido a los afligidos; si ha practicado toda buena obra."
1ª Timoteo 5:10
La cultura predominante en el mundo hispano ha cambiado la posición de la mujer en el círculo familiar y social. A ello se han sumado las ideologías feministas, que han intentado reivindicar para la mujer los mismos derechos del hombre.
La mujer ejecutiva, audaz, liberal, parece ser el prototipo de la mujer del siglo XXI. Muchas mujeres cristianas -sinceras cristianas-, gracias a su educación y sus talentos, también se inscriben en este nuevo orden. Ellas son inteligentes. Ellas aman al Señor, pero también aman su profesión, y sienten que ambas cosas no son incompatibles.
Sin embargo, sean profesionales exitosas o no, la mujer de Dios tiene un llamamiento que va más allá de las ideologías de moda o de un nuevo orden social. Ellas pueden, sin duda, tener que cumplir un determinado papel en sus importantes trabajos, en sus altos cargos como profesionales; sin embargo, para Dios, en sus hogares, y en medio de la iglesia, ellas son llamadas a ser siervas.
Cuando observamos las mujeres del Antiguo Testamento, ¡qué nobleza de espíritu!, ¡qué humildad! Demuestran su conducta y sus palabras.
Aquella Ana que llora las humillaciones de su rival, que se postra delante de Dios pidiéndole que no se olvide de su sierva y que le dé un hijo; la misma que responde a Elí con suaves palabras diciendo que no tome a su sierva por una mujer impía, 1 Samuel 1:16; es la típica mujer de Dios del Antiguo Testamento.
"Hijo de tu sierva"
Hay una asombrosa frase en el Salmo 86:16: "Mírame, y ten misericordia de mí; da tu poder a tu siervo, y guarda al hijo de tu sierva."
El que habla es David, el ora a Dios pidiendo su misericordia; sorpresivamente, incluye en su oración esta frase: "y guarda al hijo de tu sierva."
David con todo su corazón, pide socorro a Dios, y menciona a su madre; se refiere a ella como "tu sierva". Él mismo se identifica a sí mismo como "el hijo de tu sierva". En ese momento de angustia, no se acuerda de su noble progenitor, Isaí, ni de su abuelo Obed, ni de su más noble bisabuelo, Booz. Se acuerda de su madre, sierva de Dios. Aunque el nombre de ella es desconocido para nosotros, y su figura no tiene mayor relieve en las Escrituras, no era así para Dios. Él conoce a los que son suyos, y la vida de esta mujer debió ser tan ejemplar, como para que David se atreviere a nombrarla delante de Dios en ese momento de aflicción.
Hija, esposa y madre de siervos
Muchas de las mujeres de Dios son hijas, esposas y madres; pero ¿Han reparado en que son sobre todo siervas de Dios?
Muchas se esmeran para cumplir muy bien esos importantes roles familiares, y aún también otros en el ámbito social. Para ello se preparan y se capacitan. Pero ¿qué de su rol como siervas? ¿Le están dedicando siquiera algunos minutos a la semana?, eso implica leer su Biblia, orar, ganar almas, servir en alguno de los ministerios de la iglesia.
Tal vez muchas de nuestras lectoras sean hijas de siervas, hermanas de siervas, esposas de siervos, pero no sean siervas ellas mismas.
¿Qué servicios presta una sierva?
En 1ª Timoteo 5:10 tenemos una lista de acciones de servicio que Dios espera de una sierva: "Que tenga testimonio de buenas obras; si ha criado hijos; si ha practicado la hospitalidad; si ha lavado los pies de los santos; si ha socorrido a los afligidos; si ha practicado toda buena obra."
Pablo hizo esta lista pensando en los requisitos que debían reunir las mujeres viudas a las que la iglesia debería sostener. Esta lista es, por lo tanto, una lista de méritos.
¿Cuáles son esas acciones meritorias que han de reunir no sólo las mujeres que aspiran a recibir un beneficio en esta vida, sino un premio más allá?
Las buenas obras
Dos veces se mencionan las buenas obras. La primera vez se refiere al testimonio, y la segunda a la práctica. La práctica de las buenas obras generará inevitablemente un testimonio en tal sentido. Así como las malas obras no pueden quedar encubiertas, tampoco las buenas obras. Una sierva de Dios será conocida por sus buenas obras.
La crianza de hijos
Referente a las viudas, un requisito importante era que hubiera criado hijos. Para una mujer es un asunto importante, y para Dios también. Un poco antes, el apóstol había dicho: "Pero (la mujer) se salvará engendrando hijos, si permaneciere en fe, amor y santificación, con modestia" (1 Timoteo 2:15), lo cual da cuenta de su importancia. Pero, ¿qué de las mujeres solteras, sin hijos?
Ellas, como siervas útiles, aunque no sean madres biológicas, deberían engendrar hijos espirituales, y criarlos. Una creyente soltera puede, con mayor libertad, servir a Dios, y llevar fruto para Dios. "… La doncella tiene cuidado de las cosas del Señor, para ser santa así en cuerpo como en espíritu..."
(1ª Cor.7:34).
El socorro de los afligidos
En nuestra sociedad consumista y materialista, van quedando relegados en el camino los desahuciados productos de la competencia y exigencia por llegar a la excelencia y el éxito. Muchos de ellos no pudieron competir, dadas las despiadadas reglas del juego. Fracasaron ellos, y sus hijos están sufriendo las consecuencias. Algunos de ellos están también en el seno de la iglesia. Muchos hijos de Dios sufren de depresiones y la falta de afecto. Muchas de estas afecciones se podrían sanar con sólo poner un poco de bálsamo sobre el alma afligida.
La mujer tiene una sensibilidad natural mayor que la del varón. En las manos de Dios, esa sensibilidad puede rendir hermosos frutos en la atención de los huérfanos, viudas, enfermos, ancianos, atención de los niños desvalidos y todos los que viven en carencia total tanto de amor como material; ¡Es incontable la gama de acciones que una sierva puede emprender para socorrer a los afligidos!
Sirviendo con los bienes
Hay otro importante servicio que una sierva de Dios puede prestar. En Lucas capítulo 8 se menciona a varias mujeres: María Magdalena, Juana, y Susana; y se agrega: "…y otras muchas que le servían de sus bienes." (v.3). En la comitiva del Señor iban los doce apóstoles, y un grupo importante de otros seguidores. Con ellos iban también numerosas mujeres que le servían; unas, tal vez, en la preparación de los alimentos; otras, con sus bienes, para atender a sus necesidades.
No fue un privilegio menor el concedido a estas mujeres al poder servir así al Señor. Aunque era dueño de todo, Él no tenía dónde recostar su cabeza. En su pobreza, Él se dejó atender por mujeres, siervas de Dios. Esos bienes puestos a su servicio tuvieron, sin duda, el mayor rédito. Fue la mejor inversión que esas mujeres hicieron en sus vidas.
Hoy en día, las mujeres de Dios que trabajan tienen a su disposición tanto o más dinero que el necesario para sustentar una familia. Muchas de ellas no participan de la carga de sostener su casa porque sus maridos tienen lo suficiente para hacerlo.
Criando siervos
Las mujeres del mundo crían hijos e hijas; las siervas de Dios crían siervos y siervas de Dios. Criar hijos lo hace todo el mundo; criar siervos lo pueden hacer sólo las siervas de Dios.
Las mujeres del mundo crían profesionales de la más variada índole, y con las mayores pretensiones pecuniarias posibles; las siervas de Dios crían hijos e hijas para que sirvan a Dios.
Que puedan decir: "Tu siervo, hijo de tu sierva." Y esa sierva será usted, amada hermana, sierva de Dios. Su nombre contará delante de Dios, porque su herencia de fe habrá sido traspasada a su hijo y a su hija.
Pablo podía decir a Timoteo: "Y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús." (2 Tim.3:15). ¿Quién hizo posible que Pablo pudiera decir esas palabras? Una sierva, conocida por Dios, llamada Eunice, y conocida por nosotros como la madre de Timoteo.
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